martes, 30 de junio de 2009

El túnel de Huitzi

Después de varios años, el sábado superé, o mejor dicho, atravesé una de las barreras que hasta ahora se me habían resistido. No es que fuese gran cosa, pero permanecía como una espina clavada en mi orgullo ciclístico.
El último intento se remontaba quizás al año 2002 ó 2003. Lo recuerdo bien. Era un mes de agosto, con Rafa Pérez. Por entonces, aventurarse a entrar allí era pisar terreno verdaderamente desconocido. Había que ir de puntillas… sobre las dos ruedas: arcilla, piedras, baches y agua, mucha agua. Entonces nos quedamos a unos cientos de metros, pero el tiempo se nos echaba encima y el frío nos quitaba las ganas de seguir. Así que no conseguimos llegar a la boca norte.
El sábado me acompañaba Txarlín como compañero de fatigas, después de haberle explicado a su mujer que yo le necesitaba para esa aventura (desde luego, solo no habría entrado). Una linterna para dos, un chubasquero por cabeza y ¡a dentro!
Fue un paseo militar. Desde el principio se notaba que la insidiosa arcilla –terror del que hace bici de montaña– había dejado paso a un firme mucho menos resbaladizo; los baches a una superficie mucho más regular y los enormes charcos de agua, apenas a unos tímidos espejuelos. Visto y no visto: en 10 minutos habíamos pasado.
Supongo que dentro de no mucho tiempo volveremos a cruzar los casi 3 km de este túnel por el que antaño pasaba el Plazaola. Desde luego, todo lo que hay antes y después de esos lúgubres 2.700 metros es una verdadera preciosidad.