jueves, 25 de septiembre de 2008

La prenda


Hace días que tenía ganas de escribir algo. Me rondaba la cabeza la idea de contar la historia de la prenda, así, con artículo la prenda. Pero esta historia quedará para otro momento, porque forma parte de un pequeño mundo –no como el de D. Camilo y Pepón, de Guareschi, pero pequeño, al fin y al cabo – que habría que explicar. Sólo diré que la corta vida de la prenda empezó en Venecia con cierto glamour y terminó, sin pena ni gloria, en algún mediocre restaurante del aeropuerto de Barajas. Sic transit gloria mundi
Lo que sí voy a contar, en cambio, es lo que me sucedió esta tarde en el ascensor de la biblioteca. Bajábamos cinco personas. Dos chicos, dos chicas y yo. Una de las chicas iba armada con un móvil, que desenfundó mientras conversaba con su compañera.
– Uff!!, seis perdidas. ¡Qué acoso!, dijo a media voz que todos oímos.
Mientras su amiga trataba de explicarle algo, volvió a la carga,
- Y dos son de Elisa. ¡Esta chica no puede estar en paro! ¡Se aburre!!!
Su amiga no comentó nada, pero el chico que estaba a mi lado, corpulento y con aire de buena persona, me miró y, con un punto de sorna, me dijo en voz baja
- Bueno, no creo que aburrirse sea su mayor problema.

sábado, 20 de septiembre de 2008

Peras limoneras


Ayer, aprovechando que la Universidad estaba cerrada por la apertura de curso, me fui con Fernando al monte. Levábamos un hornillo, con idea de cocinar algo, no digo de altura, pero sí en las alturas. Al llegar a Estella, paramos un momento en el supermercado. Fernando me dijo
- Te importa que elija yo el menú.
- No, en absoluto, le respondí.
Entramos en el super y observé con horror que, sin vacilación alguna, Fernando se dirigía hacia la sección de frutas y verduras. Y yo que soy tan poco vegetariano… Ya rodeados de todo tipo de productos del campo, aparentemente tan frescos como poco apetecibles para mí, contemplé como Fernando tomaba una bolsa de plástico y escogía cuidadosamente unos tomates de ensalada. Ya con los tomates pesados y etiquetados –tarea que yo mismo llevé a cabo, sin por ello sentirme un héroe– pensaba que abandonaríamos la zona conflictiva para pasar a otros lugares del super más gratificantes. Pero, para sorpresa mía, veo que Fernando no se da por vencido y, de nuevo bolsa en mano, captura dos peras limoneras que incautamente descansaban en una caja ajenas al peligro que corrían.
Lo de las peras, y además limoneras, ya me pareció un poco excesivo. Pero, como le había dado a Fernando un cheque en blanco, lo único que se vino a la cabeza fue decir,
- Chico, estás muy ecológico.
A lo que él respondió con gran seguridad,
- Me lo ha recomendado mi hermana, la veterinaria.
Tuve la impresión de que, en este caso, el argumento de autoridad no nos dejaba a ninguno en muy buen lugar, pero, precisamente por eso, me hizo mucha gracia y le respondí
- Esto lo voy a escribir en el blog.
Dicho y hecho.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Un remedio barato



En la vida hay días y días. Mejores y peores. Por diversas razones, el día de hoy no ha sido de los mejores. Pero, en fin, la sonrisa tiene un estupendo poder balsámico, así que lo mejor será reirme un poco de mí mismo. Un remedio barato, para tiempos de crisis.

sábado, 13 de septiembre de 2008

La mano misteriosa


Esta mañana me encontraba en la biblioteca leyendo unos artículos para un trabajo que tengo que preparar. De pronto me entró un ataque de risa, que supongó dejaría perpleja a la profesora que se sentaba en la mesa de al lado. Quizás pensaría que me había llevado una novela de Wodehouse (por cierto estoy leyendo una estos días) o que estaba mirando unas tiras de Mafalda por internet. Pero no. Lo cierto es que estaba leyendo un artículo de derecho canónico, en una conocida revista, sobre un documento de cierta importancia. El autor del artículo se mostraba disconforme con la escasez de cánones del Código de Derecho Canónico que aparecían citados en ese documento y arremetía contra la mano canonista, o sea el o los especialistas en Derecho Canónico que habían intervenido en su elaboración. Pero os voy a dejar con sus palabras, que no tienen desperdicio:
"Si se tratase de encontrar una razón justificativa de la omisión de toda cita de cánones en el Capítulo III [del documento] –desafortunada suerte que únicamente ha tocado al Código y no a las otras fuentes documentales que recorren todo el documento–, uno se inclina a pensar que si la mano canonista ya se había mostrado perezosa y holgazana en los dos primeros capítulos, realizando un trabajo mediocre o, de todas formas, comparativamente inferior al de otras manos, cuando llegó al Capítulo III, llegó sin dedos para señalar cánones".

viernes, 12 de septiembre de 2008

Pintar con las palabras



Esta mañana, temprano, en la plaza de San Francisco esperaba ante un portal. El cielo oscuro sobre mí no impedía que, a mi izquierda, en las ventanas del edificio de las escuelas municipales se reflejase una luz incipiente, que timidamente se asomaba por encima de los edificios situados a mi espalda, en el este de la plaza. A mi derecha se abría una calle solitaria y estrecha, ni fea, ni especialmente agraciada, en la que los edificios de uno y otro lado parecían querer llegar a tocarse. Un contenedor de basura rompía con su verde vulgaridad el encanto que la perspectiva y la soledad daban al conjunto. Por mi mente cruzó la idea de que un pintor sabría plasmar la belleza escondida en ese lugar. Me gustaría saber pintar con las palabras.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Retazos de cielo


Hoy no se habla mucho del cielo. Parece como si estuviera pasado de moda. Aunque, en realidad, no es así. Justamente en esta última semana me he topado por tres veces con el cielo, en circunstancias diversas. Son breves retazos que aquí os dejo.
El lunes me enteré del fallecimiento del abuelo de Mònica y le dije que rezaría por él. Al día siguiente, al abrir el correo, me encontré un mensaje de la propia Mònica. Me daba una serie de datos que le había pedido sobre unas traducciones en las que estamos trabajando. Luego añadía: "Gracias por las oraciones por mi abuelo. Creo que llegará al cielo muy bien recomendado".
En un primer momento, pensé que yo carecía de influencia ninguna para hacer recomendaciones de tan alta importancia. Pero, enseguida, me acordé de la misa que había celebrado por la mañana, en la que había rezado especialmente por su abuelo. Y, entonces, pensé que ella tenía toda la razón: las oraciones del sacerdote en la misa son la mejor de las recomendaciones para entrar en el cielo, porque el sacerdote en el altar se identifica con Jesucristo.
El mismo martes estaba cerca de Pamplona en un encuentro con sacerdotes. Uno de ellos, ya de cierta edad y con bastantes limitaciones físicas, iba en silla de ruedas. En un determinado momento vi como, lentamente, avanzaba por un pasillo. Me apresuré a colocarme a su espalda para empujar yo mismo la silla y ahorrarle el esfuerzo. Inclinándome hacia él, le pregunté
– ¿A dónde quieres que te lleve?
– Al cielo, me contestó inmediatamente
Por un instante me quedé un poco desconcertado, mientras algo en mi interior me decía que detrás de aquella respuesta no había una broma fácil, sino un anhelo profundo. Y entonces, mientras comenzaba a caminar impulsando la silla, le dije de nuevo,
– Ah!, pues entonces vamos juntos.
El miércoles por la tarde alcancé a subir por los pelos a una villavesa –así llamamos aquí a los autobuses urbanos– de la línea 4. Conducía una chica joven, a la que agradecí que me hubiese esperado. Mientras sacaba de la cartera la tarjeta del bonobus me percaté de que junto a la conductora había otra chica, también joven, de pie. En cuanto la villavesa se puso en marcha reanudaron una conversación que, al parecer, había quedado interrumpida por los nuevos pasajeros que habíamos entrado. La que estaba en pie dijo
– Bueno, te estás ganando el cielo
A lo que la conductora, sin volver la mirada, replicó resignada
– Preferiría que me tocase la loteria.
El lector del bonobus expulsó mi tarjeta y emitió dos amigables bips. Recogí la tarjeta, pero antes de avanzar por el pasillo hacia el fondo del autobús, me giré un instante hacia la conductora y con una sonrisa le dije,
– Es mejor el cielo que la loteria.