domingo, 26 de octubre de 2008

Una vela roja


Buscamos juntos el libro en el catálogo de la biblioteca. Yo no había leído nada de Daudet y nunca había oído hablar de las Cartas de mi molino.
Son relatos, me dijo. Mi padre nos lo leía cuando eramos pequeños.
Me fie y no me arrepiento. En las cien páginas que ya han pasado ante mis ojos he encontrado descripciones deliciosas.
Si Daudet me hubiera acompañado este fin de semana os podría hablar del viento que, entre susurro y susurro, acariciaba las aguas del pantano acunándolas dulcemente, para subir luego por la empinada ladera y pasar entre los pinos que, aquí y allá, se colgaban de las austeras peñas. Os podría hablar de la luz del amanecer y del crepúsculo, suave y anaranjada, asomándose o escondiéndose detrás de las montañas, reducidas a una negra silueta recortada sobre el firmamento. Os podría describir la noche de tenue luna, adornada con mil estrellas, sumida en profundo silencio, solo roto por el tañir, sobrio y vibrante, de unas campanas, a las que otras hacían eco en la distancia. Os podría hablar del olor del romero, del pino, de la cera y del incienso.
Pero no os podría hablar de aquella vela roja, llena de fe, que ardía ante la imagen de la Virgen, Torre de la Ciudad, pidiendo un regalo muy especial.

domingo, 19 de octubre de 2008

El encanto de una burbuja


Se giró y las vio delante de él. La sorpresa se reflejó en su rostro. Se agachó y fijando sus ojos directamente en los de la pequeña abrió los brazos. Fue un acto casi reflejo. No necesitó decir nada. La sonrisa, la mirada y el gesto lo decían todo. La niña soltó la mano de su madre y avanzó despacio.
- ¿Me das un beso?, le preguntó él.
Pareció, por un instante, que ella se volvería atras. Pero siguió adelante y, tímidamente, le besó en la mejilla. Él, entonces, la tomó entre sus manos y la alzó delicadamente hasta entronizarla sobre su brazo izquierdo. Ahora sus ojos volvieron a encontrarse, a tocarse, casi, por la proximidad de los rostros.
Él comenzó a contarle algo acerca de un niño pequeño que se había subido en un avión colgado de un cable y había tenido miedo. A ella no le pareció extraño y, ya sin timidez ninguna, comenzó a explicar que ella no hubiera tenido miedo porque se habría agarrado muy fuerte al cable.
Él la escuchaba con mucha atención. Parecía como si solo existiesen ellos dos. Como si estuviesen en una burbuja, fuera del tiempo y del espacio, ajenos a todo lo que les rodeaba. Pero esa burbuja, como cualquier otra, tuvo una vida breve y el encanto se rompió cuando él la tomó de nuevo en sus manos y, sin necesidad de nigún cable, volvió a dejarla en el suelo.

martes, 14 de octubre de 2008

Entre ángeles anda el juego


Ayer me retrasé al salir de la Universidad y presumía que llegaría tarde a casa. Resignado al retraso, esperaba la villavesa, cuando, inesperadamente, un coche destartalado se detuvo ante mí. Miré y vi a Ricardo que desde el interior me hacía gestos de que entrase. Muy contento me subí a la tartana y le dije,
- gracias, me has salvado la vida.
Muy sonriente, se limitó a decir,
- han sido los ángeles custodios.
Yo soy de los que creo firmemente en los ángeles custodios, así que la respuesta me resultó de lo más natural.
Unos minutos después, ya cerca de casa, detenidos en la cola de un semáforo, el coche se cala. Poco le costó a Ricardo, para sorpresa mía, determinar la causa de ese repentino desfallecimiento.
- Creo que nos hemos quedado sin gasolina, dijo.
Miré de reojo hacia el indicador y la posición de la aguja, junto con los vanos intentos que hacía Ricardo por reanimar el motor, me confirmaron que el diagnóstico era exacto. Tan exacto como seguro era ya que yo iba a llegar a casa aún más tarde de lo previsto.
Menos mal que, muy cerca de donde estábamos, había un aparcamiento y pudimos empujar el coche hasta allí. Ahorro los detalles de la operación, que a punto estuvo de costarle a la chapa del coche algún disgusto serio.
Por fin, me puse de nuevo en marcha hacia casa. Me acordé del comentario de Ricardo sobre los custodios y pensé que el responsable del feliz inicial encuentro no había sido mi ángel custodio, sino el suyo.

miércoles, 1 de octubre de 2008

El silencio



Hace algún tiempo leía en un ensayo una idea que me pareció muy valiosa. Decía, más o menos, que hay circunstancias, en las relaciones entre las personas, en las que lo único apropiado es el silencio, porque en tales momentos ninguna palabra puede ser bien dicha ni bien entendida. Y yo me atrevo a añadir, que, junto a ese benéfico silencio, hay que dejar que corra el tiempo, que, como dice el refrán, todo lo cura.