domingo, 30 de noviembre de 2008

Le Libanaise


Le Libanaise es un pequeño restaurante de Toulouse, situado en Rue de la Fonderie, donde cené el lunes pasado con algunos sacerdotes que asistían a un convenio de derecho canónico. Butros, un maronita de Biblos, actuaba como improvisado guía del grupo del que, junto a otros tres libaneses y dos franceses, formábamos parte Diego y yo.
Cuando llegamos, la puerta estaba cerrada. Butros golpeó con los nudillos en el cristal. Abrió un hombre que rondaba los cincuenta, de mediana estatura, pelo grisaceo y poblado bigote del mismo color, ataviado con un delantal. Al parecer era el propietario, aunque, como luego pude comprobar, era a la vez, también, cocinero, camarero, metre y anfitrión, todo ello sin necesidad de quitarse el delantal ni correr de un sitio a otro.
Accedimos a un local singular o, al menos, eso me pareció a mí. Una única sala rectangular, no muy ancha, con dos hileras de mesas paralelas a los laterales, dejando en medio un pasillo central. Pegados a la pared, una suerte de sofás con tapizados rojos y estampados de flores. Al otro lado de las mesas, en la parte del pasillo, unas pesadas sillas de madera tapizadas a juego con los sofás. En el suelo, alfombras de los mismos tonos. Las alfombras y tapizados daban un aire oriental al local, completado por los arabescos que aparecían aquí y allá, en cuadros azulejos y maderas y por un gran farol, con cristales de colores en forma de rombo, que colgaba del techo en el centro de la estancia.
La cena resultó muy grata. El propietario, cocinero, metre, camarero, fue trayendo personalmente el vino libanés, las tortitas de pan, las salsas y la carne, y, a través de Butros, nos iba dando las oportunas instrucciones sobre como combinar los distintos elementos. En honor a la verdad, debo decir que no me resultó difícil adaptarme al modus procedendi: comer, al fin y al cabo, se hace más o menos igual en todas partes. Como colofón, el anfitrión nos sirvió, mejor sería decir nos escanció, con solemnidad unos vasitos de té a la menta.
Cuando crucé la puerta y pisé de nuevo la Rue de la Fonderie, el aire fresco de la noche golpeó mi rostro y me hizo regresar de un exótico viaje.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Duendes virtuales


Antes los duendes habitaban en frondosos bosques y formaban parte de historias llenas de bellas princesas, valientes caballeros, malvadas brujas y hadas madrinas. Ahoran se han modernizado y han cambiado sus historias por el anonimato. Viven en la red, en medio de direcciones IP, routers, servidores, drivers, protocolos y puertos de todo tipo..., ¡pero siguen haciendo de las suyas!
¿O no habéis tenido a veces la impresión de que algún duende jugueton enredaba en vuestro ordenador, cuando obstinadamente se negaba a hacer algo, o, lo que es aún peor, se empeñaba en hacerlo? ¿Verdad que sí? Pues eso, los duendes virtuales..., aunque los ingenieros se empeñen en hacernos creer otra cosa.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Quince palabras


¿Son muchas quince palabras? ¿Son pocas? A veces, pueden ser sencillamente las justas.
Hace hoy una semana, un coche bomba explotó en mi Universidad. A los pocos días me encontraba en la entrada de la Biblioteca antigua. Dos chicas y un chico conversaban entre sí. Una de las chicas se despidió y, bajando las escaleras, se dirigió hacia el Edificio Central, caminando por la explanada. El chico y la otra chica, una vez solos, se quedaron en silencio, uno junto a otro, con la mirada perdida en dirección a la figura que se alejaba. Fue entonces cuando él, con voz tranquila, le dijo sin volverse:
El jueves me di cuenta de que te quiero como a una hermana.
Ella escuchó estas palabras con la misma tranquilidad con que él las había pronunciado. Mantuvo la mirada al frente y, con un atisbo de simpatía, respondió:
Qué bien.
Hubo otro momento de silencio, pero enseguida comenzaron a hablar animadamente de otras cosas, como si nada hubiese pasado.
Fueron solo quince palabras. Quince palabras para decir algo que, en el fondo, quizás los dos ya intuían.