domingo, 7 de septiembre de 2008

Retazos de cielo


Hoy no se habla mucho del cielo. Parece como si estuviera pasado de moda. Aunque, en realidad, no es así. Justamente en esta última semana me he topado por tres veces con el cielo, en circunstancias diversas. Son breves retazos que aquí os dejo.
El lunes me enteré del fallecimiento del abuelo de Mònica y le dije que rezaría por él. Al día siguiente, al abrir el correo, me encontré un mensaje de la propia Mònica. Me daba una serie de datos que le había pedido sobre unas traducciones en las que estamos trabajando. Luego añadía: "Gracias por las oraciones por mi abuelo. Creo que llegará al cielo muy bien recomendado".
En un primer momento, pensé que yo carecía de influencia ninguna para hacer recomendaciones de tan alta importancia. Pero, enseguida, me acordé de la misa que había celebrado por la mañana, en la que había rezado especialmente por su abuelo. Y, entonces, pensé que ella tenía toda la razón: las oraciones del sacerdote en la misa son la mejor de las recomendaciones para entrar en el cielo, porque el sacerdote en el altar se identifica con Jesucristo.
El mismo martes estaba cerca de Pamplona en un encuentro con sacerdotes. Uno de ellos, ya de cierta edad y con bastantes limitaciones físicas, iba en silla de ruedas. En un determinado momento vi como, lentamente, avanzaba por un pasillo. Me apresuré a colocarme a su espalda para empujar yo mismo la silla y ahorrarle el esfuerzo. Inclinándome hacia él, le pregunté
– ¿A dónde quieres que te lleve?
– Al cielo, me contestó inmediatamente
Por un instante me quedé un poco desconcertado, mientras algo en mi interior me decía que detrás de aquella respuesta no había una broma fácil, sino un anhelo profundo. Y entonces, mientras comenzaba a caminar impulsando la silla, le dije de nuevo,
– Ah!, pues entonces vamos juntos.
El miércoles por la tarde alcancé a subir por los pelos a una villavesa –así llamamos aquí a los autobuses urbanos– de la línea 4. Conducía una chica joven, a la que agradecí que me hubiese esperado. Mientras sacaba de la cartera la tarjeta del bonobus me percaté de que junto a la conductora había otra chica, también joven, de pie. En cuanto la villavesa se puso en marcha reanudaron una conversación que, al parecer, había quedado interrumpida por los nuevos pasajeros que habíamos entrado. La que estaba en pie dijo
– Bueno, te estás ganando el cielo
A lo que la conductora, sin volver la mirada, replicó resignada
– Preferiría que me tocase la loteria.
El lector del bonobus expulsó mi tarjeta y emitió dos amigables bips. Recogí la tarjeta, pero antes de avanzar por el pasillo hacia el fondo del autobús, me giré un instante hacia la conductora y con una sonrisa le dije,
– Es mejor el cielo que la loteria.

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