domingo, 26 de octubre de 2008

Una vela roja


Buscamos juntos el libro en el catálogo de la biblioteca. Yo no había leído nada de Daudet y nunca había oído hablar de las Cartas de mi molino.
Son relatos, me dijo. Mi padre nos lo leía cuando eramos pequeños.
Me fie y no me arrepiento. En las cien páginas que ya han pasado ante mis ojos he encontrado descripciones deliciosas.
Si Daudet me hubiera acompañado este fin de semana os podría hablar del viento que, entre susurro y susurro, acariciaba las aguas del pantano acunándolas dulcemente, para subir luego por la empinada ladera y pasar entre los pinos que, aquí y allá, se colgaban de las austeras peñas. Os podría hablar de la luz del amanecer y del crepúsculo, suave y anaranjada, asomándose o escondiéndose detrás de las montañas, reducidas a una negra silueta recortada sobre el firmamento. Os podría describir la noche de tenue luna, adornada con mil estrellas, sumida en profundo silencio, solo roto por el tañir, sobrio y vibrante, de unas campanas, a las que otras hacían eco en la distancia. Os podría hablar del olor del romero, del pino, de la cera y del incienso.
Pero no os podría hablar de aquella vela roja, llena de fe, que ardía ante la imagen de la Virgen, Torre de la Ciudad, pidiendo un regalo muy especial.

2 comentarios:

Erik dijo...

Al leerlo es como si yo también hubiese estado allí...

Un saludo.
Erik

Juan dijo...

Gracias, Erik. ¿Escribes tú también? Un saludo, Juan