domingo, 19 de octubre de 2008

El encanto de una burbuja


Se giró y las vio delante de él. La sorpresa se reflejó en su rostro. Se agachó y fijando sus ojos directamente en los de la pequeña abrió los brazos. Fue un acto casi reflejo. No necesitó decir nada. La sonrisa, la mirada y el gesto lo decían todo. La niña soltó la mano de su madre y avanzó despacio.
- ¿Me das un beso?, le preguntó él.
Pareció, por un instante, que ella se volvería atras. Pero siguió adelante y, tímidamente, le besó en la mejilla. Él, entonces, la tomó entre sus manos y la alzó delicadamente hasta entronizarla sobre su brazo izquierdo. Ahora sus ojos volvieron a encontrarse, a tocarse, casi, por la proximidad de los rostros.
Él comenzó a contarle algo acerca de un niño pequeño que se había subido en un avión colgado de un cable y había tenido miedo. A ella no le pareció extraño y, ya sin timidez ninguna, comenzó a explicar que ella no hubiera tenido miedo porque se habría agarrado muy fuerte al cable.
Él la escuchaba con mucha atención. Parecía como si solo existiesen ellos dos. Como si estuviesen en una burbuja, fuera del tiempo y del espacio, ajenos a todo lo que les rodeaba. Pero esa burbuja, como cualquier otra, tuvo una vida breve y el encanto se rompió cuando él la tomó de nuevo en sus manos y, sin necesidad de nigún cable, volvió a dejarla en el suelo.

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